Las posibilidades ilimitadas de la búsqueda del amor, en la era digital, están provocando el enfriamiento y la racionalización de la pasión. Eros perece en la comparación ilimitada y sin fin de egos digitales, fríos y simétricos.
La asimetría del otro, el átopos de Sócrates, aquello que nos hace únicos, es cada vez menor. La uniformidad de la identidad, el conformismo de quienes, siguiendo una tendencia o una moda, consagran sus esfuerzos a los usos y abusos de “la racionalización del amor y a la ampliación de la tecnología de la elección”[1] contribuyen a ello.
El Eros se dirige al otro, a su singularidad, a esa esencia que no es él. La tendencia, de nuestra sociedad, a igualar, a nivelar, a comparar constantemente, debilita la identidad del otro. Desdibuja un Eros que no se adapta a una sociedad de consumo, que ha perdido la ilusión de encontrar algo nuevo en el otro. Una sociedad que moldea diferencias uniformes.
El narcisismo digital
El narcisismo digital se extiende. A diferencia del amor propio, donde el sujeto delimita pulcramente los límites de la extensión de su ego, dónde empieza y dónde termina su yo. El narcisista emprende la colonización del mundo. Un mundo sin fronteras donde sólo está él. Donde las cosas son pálidos reflejos de su ser. Donde en la inmensidad de lo digital las cosas cobran sentido cuando son proyecciones de sí mismo.
Entes que deambulan buscando la sombra de su yo, que recorren canales y medios, perfiles y avatares, en perpetua comparación, sin llegar nunca a conocer la esencia del otro.
Las tierras digitales están embarradas de la turba mugrienta de la depresión. Donde se agota el narcisista, donde el amor es una patología exagerada, que degenera y envilece a un narciso agotado.
Eros observa. Intenta encontrar el momento en el que arrebatar de los brazos de la depresión al enamorado. Eros es el otro, la mirada que nos permite ver el mundo en la piel de aquel. Eros enseña, muestra la belleza que se oculta en el otro. Lo que hemos estado buscando durante tanto tiempo.
Cuando Eros mira a través de los ojos del amante penetra hasta el corazón; “porque tus ojos que han penetrado a través de los míos hasta el fondo de mi corazón, enciende de mis entrañas un vivísimo fuego. Ten entonces misericordia del que perece por tu causa”[2]. Ficino decía que el amor es una “transformación” que nos hace vulnerables. Esta vulneración se pierde en la actual domesticación del amor. En el narciso-digital el amante permanece igual a sí mismo y Eros, es desplazado, recluido al cautiverio de lo uniforme.
Relaciones líquidas
En nuestro mundo individualizado, “las relaciones son ahora el tema del momento y, ostensiblemente, el único juego que vale la pena jugar, a pesar de sus notorios riesgos”[3]. Relaciones de bolsillo, de smartphones sin corazón. Relaciones “líquidas” en palabras de Bauman, que pueden volver a guardarse en el bolsillo, cuando ya no hacen falta.
El Eros digitalizado ha dado lugar al Eros Pandemo o Vulgar, que ama más los cuerpos que las almas. Que descuida por completo las normas que imprimen belleza y por tanto bondad a sus actos.
El Eros de hoy, es un Eros afligido, consumido por los estándares de igualdad, que buscan en el otro, alguien que sea como él mismo. Perseguido por algoritmos que intentan una y otra vez saber quién es. Eros, uno de los dioses más antiguos, según Parménides, a quien se le atribuye la capacidad creativa, solo le basta tocar el pensamiento para desatar el deseo de entrar en aquello no transitado, desconocido del otro.
Una sociedad contaminada por el ruido
Pero la ingente cantidad de ruido de nuestra sociedad, producido por el inmenso caudal de datos, produce un efecto deformativo. La sociedad de la información y la transparencia también es una sociedad contaminada por el ruido. Los afectos se contabilizan, los deseos se calculan, las necesidades se miden y en respuesta aparecen patrones que dicen a qué aspirar.
Sin embargo, los datos no producen el conocimiento del otro, son solo eso, datos que desfilan delante nuestra y que solo informan. Pero la experiencia y el contacto da lugar a la producción de conocimiento. Eros invita, despierta la capacidad de enamorarse de lo que es distinto, de lo que es único, de aquello que el deseo no quiere que sea de ninguna otra forma.
Eros conduce el pensamiento. Lo vemos en el ejemplo de Platón cuando presenta a Sócrates como alguien que enamora, seduce y embriaga con sus palabras. El pensamiento osa adentrarse en lugares desconocidos donde Eros le muestra el camino.
Un Eros digitalizado, uniforme e igualado, no lleva al enamorado a encontrar el átopos , en el amante. El miedo a lo “fuera de computo”, al contacto íntimo del ser, puede provocar, en esta era tecnológica, liberadora en esencia de lo creativo en el hombre, un amor narcisista que no deja de ser una opción, bajo los estándares del consumo.
* Artículo publicado por primera vez en la revista digital La Soga
[1] BYUNG-CHU, Han. La agonía de Eros. Barcelona. Herder Editorial, 2014.
[2] PLATÓN. Banquete. Madrid. Gredos, 1988.
[3] BAUMAN, Zygmunt. Amor líquido. 3ª Edición. Argentina. Fondo de Cultura Económica. 2005.